por Manu Montes
Manu Montes |
¿Nos hemos preguntado esto alguna
vez? ¿Por qué queremos hacer a alguien un juego de magia?
Mucha gente siente gran satisfacción
haciendo un juego o truco al ver cómo engaña a su semejante o lo sorprende,
causándole admiración. Normalmente esto se reduce a la ejecución de un simple
truco o trampa que cualquiera puede hacer tras leer un manual o verlo por ahí
en algún vídeo cutre de Internet Está bien como entretenimiento, pero,
lógicamente, eso no es magia.
En este sentido, recuerdo una vez en
una reunión de magos (o de aficionados a los trucos, según se mire), como
alguien me hizo un intento de juego (una especie de versión del juego de las
tres cartas aprendido en Internet en el que tenía que realizar un doble
volteo, haciéndolo de la forma más burda e infantil que he visto en años
(bueno, después en otra reunión fue superado je,je). Le comenté que el juego
era gracioso, pero que tenía que intentar aprender alguna técnica de doble
volteo para intentar hacerlo más viable. La contestación fue ¿Por qué, si así sale, qué más da…? Sin
comentarios. Con suerte, con el tiempo y esfuerzo, ha ido comprendiendo un poco
el por qué.
Otros, al realizar juegos de manos,
les encanta el endiablado ingenio con el que están
pensados y cómo con las cosas más sencillas se puede engañar y manipular la mente. La satisfacción de encandilar a un público y conseguir su aplauso, el acumular gran cantidad de secretos y originales trampas y la satisfacción de engañar a tu compañero mago. También es un buen y sano entretenimiento para un grupo de amigos que comparten un hobby o una pasión.
pensados y cómo con las cosas más sencillas se puede engañar y manipular la mente. La satisfacción de encandilar a un público y conseguir su aplauso, el acumular gran cantidad de secretos y originales trampas y la satisfacción de engañar a tu compañero mago. También es un buen y sano entretenimiento para un grupo de amigos que comparten un hobby o una pasión.
Otros dirán que para ganar dinero, si
entramos ya en el terreno comercial. Pero no quiero entrar ahí, dejemos aparte
ese tipo de cuestiones y miremos algo más personal o metafórico.
Llevo casi toda la vida estudiando,
realizando, practicando y amando la magia, y solo me considero un aficionado.
No veo la magia desde el punto de vista del profesional porque no hago mis
enfoques desde el punto de vista mayormente de espectáculos comerciales. Eso no
quita que imparta conferencias, realice sesiones de magia de cerca, venda DVDs
vídeos, libros, juegos… y que gane dinero de la magia (alguno a veces), pero no
es mi objetivo primordial: con mi magia financio mi magia.
Muchos diremos que realizamos juegos por
pasión, que amamos la magia, que es nuestro modo de expresión artística y que
nos apasiona. Le dedicamos horas y horas a ensayar cosas que a lo mejor nunca
haremos, a leer y leer libros, reflexionar, a construir juegos, a ensayarlos y
estructurarlos, a probarlos y refinarlos, a ampliar nuestra cultura para que
nuestros actos tengan poso humano... Es la montaña que hay que crear para luego
mostrar sólo la punta del iceberg, la escalera que hay que subir para luego
tirarla, las cientos de técnicas que hay que aprender para luego utilizar solo
tres o cuatro, la teorización, composición, conceptualización…
Pero llega un momento que me pregunto
¿y todo esto, para qué? ¿Para ser
bueno en algo, por pura pasión? Probablemente, como en todas otras prácticas de
la vida. Por el puro placer del conocimiento y la realización personal. Eso
está bien, pero ¡al final habrá que hacer el juego! Si no realizamos el juego,
sea para lo que fuere que hemos practicado cinco minutos muchos, un día otros,
toda la vida algunos, ¡estamos inacabados! ¡Hay que hacerlo, expresarlo!
Y esto me ocasionaba más ansiedad aún:
no el cómo, sino el por qué (cosas que tiene uno que le da muchas vueltas al
coco, pobre de mí). Siempre he pensado que el acto mágico, la actuación, ya sea
de tres minutos o dos horas, es un acto de “amor” con y hacia el público. Un
momento en el que te expresas a ti mismo y a tu mundo interno (por lo menos eso
opino yo y es mi forma de ver la magia). Un acto de comunicación, con todas las
barreras que sabemos que tiene hoy día una actuación de magia. Y precisamente
me siento mejor cuanto menos conozco al público. Pero ¿estamos dispuestos a ese
acto de comunicación tan profundo siempre?
Recuerdo una ocasión que estaba
preparando la mesa para una sesión de Cartomagia. Por fallos de la
organización, se sentaron en primera fila dos matrimonios ya mayores y vieron
cómo preparaba todo sin levantarse, a pesar de mis insinuaciones ¿No queréis tomar una copa en la barra primero?
Pero nada. Por el contrario, la respuesta fue Vamos a ver si te pillamos los trucos… Ante esta expectativa, qué
se podía esperar.
Sin embargo, utilicé una estrategia
que me ha servido en muchas ocasiones. A quien dijo eso, lo utilicé en las
partes claves de la actuación, lo impliqué
y lo traté como si fuera mi auténtico amigo. Al terminar la actuación,
se acercaron a felicitarme y el mismo que amenazaba con pillarme los trucos, me
felicitó con un abrazo y dijo que nunca
había sentido algo así, que era distinto a todo lo que había visto y que se iba
impresionado y tocado… (Confieso que el objetivo metafórico de la sesión
era ese).
Eso, y muchas más experiencias, me
han servido para sentirlo así: El juego de magia, para llamarse así, magia,
debiera ir más allá. Debiera ser un acto artístico que sirviese como medio de
expresión liberador de la cotidianidad. Aprovechar la metáfora que encierra
cada efecto mágico (el truco, el juego, la técnica, la construcción, solo son
soportes para ello) y transmitir una idea de magia, despertar en el espectador
una idea mágica, haciéndose consciente por él mismo de quizá la más pura y
primigenia idea mágica a transmitir: Que otra realidad diferente a esta es
posible, y por unos momentos podemos palparla y sentirla, mirar fuera de la
caverna.
Así sí me merece la pena hacer un “juego
de magia” con todas sus implicaciones. Quizá así sí podríamos auto proclamarnos con el título de Magos.
En Málaga, estudiando el Libro Único,
a 04/09/2013.