miércoles, 4 de septiembre de 2013

¿POR QUÉ HACER UN JUEGO DE MAGIA?

por Manu Montes

Manu Montes
¿Nos hemos preguntado esto alguna vez? ¿Por qué queremos hacer a alguien un juego de magia?

Mucha gente siente gran satisfacción haciendo un juego o truco al ver cómo engaña a su semejante o lo sorprende, causándole admiración. Normalmente esto se reduce a la ejecución de un simple truco o trampa que cualquiera puede hacer tras leer un manual o verlo por ahí en algún vídeo cutre de Internet  Está bien como entretenimiento, pero, lógicamente, eso no es magia.

En este sentido, recuerdo una vez en una reunión de magos (o de aficionados a los trucos, según se mire), como alguien me hizo un intento de juego (una especie de versión del juego de las tres cartas aprendido en Internet  en el que tenía que realizar un doble volteo, haciéndolo de la forma más burda e infantil que he visto en años (bueno, después en otra reunión fue superado je,je). Le comenté que el juego era gracioso, pero que tenía que intentar aprender alguna técnica de doble volteo para intentar hacerlo más viable. La contestación fue ¿Por qué, si así sale, qué más da…? Sin comentarios. Con suerte, con el tiempo y esfuerzo, ha ido comprendiendo un poco el por qué.

Otros, al realizar juegos de manos, les encanta el endiablado ingenio con el que están
pensados y cómo con las cosas más sencillas se puede engañar y manipular la mente. La satisfacción de encandilar a un público y conseguir su aplauso, el acumular gran cantidad de secretos y originales trampas y la satisfacción de engañar a tu compañero mago. También es un buen y sano entretenimiento para un grupo de amigos que comparten un hobby o una pasión.

Otros dirán que para ganar dinero, si entramos ya en el terreno comercial. Pero no quiero entrar ahí, dejemos aparte ese tipo de cuestiones y miremos algo más personal o metafórico.
Llevo casi toda la vida estudiando, realizando, practicando y amando la magia, y solo me considero un aficionado. No veo la magia desde el punto de vista del profesional porque no hago mis enfoques desde el punto de vista mayormente de espectáculos comerciales. Eso no quita que imparta conferencias, realice sesiones de magia de cerca, venda DVDs  vídeos, libros, juegos… y que gane dinero de la magia (alguno a veces), pero no es mi objetivo primordial: con mi magia financio mi magia.

Muchos diremos que realizamos juegos por pasión, que amamos la magia, que es nuestro modo de expresión artística y que nos apasiona. Le dedicamos horas y horas a ensayar cosas que a lo mejor nunca haremos, a leer y leer libros, reflexionar, a construir juegos, a ensayarlos y estructurarlos, a probarlos y refinarlos, a ampliar nuestra cultura para que nuestros actos tengan poso humano... Es la montaña que hay que crear para luego mostrar sólo la punta del iceberg, la escalera que hay que subir para luego tirarla, las cientos de técnicas que hay que aprender para luego utilizar solo tres o cuatro, la teorización, composición, conceptualización…

Pero llega un momento que me pregunto ¿y todo esto, para qué? ¿Para ser bueno en algo, por pura pasión? Probablemente, como en todas otras prácticas de la vida. Por el puro placer del conocimiento y la realización personal. Eso está bien, pero ¡al final habrá que hacer el juego! Si no realizamos el juego, sea para lo que fuere que hemos practicado cinco minutos muchos, un día otros, toda la vida algunos, ¡estamos inacabados! ¡Hay que hacerlo, expresarlo!

Y esto me ocasionaba más ansiedad aún: no el cómo, sino el por qué (cosas que tiene uno que le da muchas vueltas al coco, pobre de mí). Siempre he pensado que el acto mágico, la actuación, ya sea de tres minutos o dos horas, es un acto de “amor” con y hacia el público. Un momento en el que te expresas a ti mismo y a tu mundo interno (por lo menos eso opino yo y es mi forma de ver la magia). Un acto de comunicación, con todas las barreras que sabemos que tiene hoy día una actuación de magia. Y precisamente me siento mejor cuanto menos conozco al público. Pero ¿estamos dispuestos a ese acto de comunicación tan profundo siempre?

Recuerdo una ocasión que estaba preparando la mesa para una sesión de Cartomagia. Por fallos de la organización, se sentaron en primera fila dos matrimonios ya mayores y vieron cómo preparaba todo sin levantarse, a pesar de mis insinuaciones ¿No queréis tomar una copa en la barra primero? Pero nada. Por el contrario, la respuesta fue Vamos a ver si te pillamos los trucos… Ante esta expectativa, qué se podía esperar.
Sin embargo, utilicé una estrategia que me ha servido en muchas ocasiones. A quien dijo eso, lo utilicé en las partes claves de la actuación, lo impliqué  y lo traté como si fuera mi auténtico amigo. Al terminar la actuación, se acercaron a felicitarme y el mismo que amenazaba con pillarme los trucos, me felicitó con un abrazo y dijo que nunca había sentido algo así, que era distinto a todo lo que había visto y que se iba impresionado y tocado… (Confieso que el objetivo metafórico de la sesión era ese).

Eso, y muchas más experiencias, me han servido para sentirlo así: El juego de magia, para llamarse así, magia, debiera ir más allá. Debiera ser un acto artístico que sirviese como medio de expresión liberador de la cotidianidad. Aprovechar la metáfora que encierra cada efecto mágico (el truco, el juego, la técnica, la construcción, solo son soportes para ello) y transmitir una idea de magia, despertar en el espectador una idea mágica, haciéndose consciente por él mismo de quizá la más pura y primigenia idea mágica a transmitir: Que otra realidad diferente a esta es posible, y por unos momentos podemos palparla y sentirla, mirar fuera de la caverna.

Así sí me merece la pena hacer un “juego de magia” con todas sus implicaciones. Quizá así sí podríamos auto proclamarnos con el título de Magos.



En Málaga, estudiando el Libro Único, a 04/09/2013.